miércoles, 28 de diciembre de 2011

Texto que acompañó la presentación de Reconfiguraciones: vértebras del arte y la ciencia, de mi director de tesis, Leonel Fernández Pinola

Las vértebras de Atenea

"Quien no haya experimentado la seducción que la ciencia ejerce sobre una persona, 
jamás comprenderá su tiranía."
Mary W. Shelley

Un secreto a voces sostiene que los fundadores de la ciudad en cuadrícula soñaban con que la novel capital de la provincia se constituyera en la Atenas de Sudamérica. En esa dirección se pensó y erigió el Museo de Ciencias Naturales. Sitio que hacia 1906 albergó a la recientemente creada Academia de Dibujo y Bellas Artes. La Academia, que luego sería la Escuela de Dibujo y Bellas Artes, tuvo en su origen una doble finalidad, servir a las necesidades de la correlación con las demás facultades, y atender a la formación específica de profesionales en el arte del dibujo. Las primeras clases se desarrollaron en la sala de Paleontología. Más tarde o más temprano este relato finalmente llegó a los oídos de Sol Massera. Quien inmediatamente comprendió las correspondencias con su trabajo. De ahí en más lo que sabemos: ella atravesó la escalinata ladeada por los dos esmilodontes de Victor de Pol y recorrió las cuatro plantas del edificio. Visitó el aula y las salas. Empujada por una necesidad imperiosa en la búsqueda de vislumbrar algo de aquel instante donde científicos y artistas se encontraban en las mismas mesadas, decidió permanecer en el lugar. Dispuso entonces de los laboratorios y del instrumental. Observó los restos detenidamente y comenzó a diseccionar y calar. Haciendo correr al bisturí con una incisión límpida y ascética. Revelando con cada corte las formas óseas sobre el papel marfil. Manipulando cada prueba con extremo rigor. Cotejando y archivando los resultados en anaqueles decimonónicos. Clasificaciones de antaño han sido trastocadas. Nada de lo que encontramos se presenta como en las láminas que ilustran la anatomía académica. Las guardas clásicas y precolombinas del edificio parecen desarmadas y pinchadas con los mismos alfileres que sostienen a mariposas e insectos nacarados. Las obras ponen a disposición los saberes y propician las preguntas. Mientras caminamos entre las vitrinas nada parece alterar el silencio. Lo exhibido produce extrañamiento, tras el cristal los fósiles se encastran unos con otros y no reconocemos especie alguna. Un grupo de vértebras serpenteantes se entrelazan y retuercen provocando nuevas combinaciones. Las clasificaciones van de la A a la F. A simple vista cada pieza contigua es similar, pero cuanto más nos acercamos podemos comprobar que han experimentado algún tipo de mutación. Lejos de un orden progresivo, F parece ser devorada por C. Se ligan de otra manera, cobrando formas inéditas. No parece alcanzarnos proyección alguna para pensar un cuerpo sostenido por estructuras óseas que se asemejan a entrelazados célticos o tatuajes maoríes. Las hipótesis que podríamos haber constituido se desarman en cada paso.
Los afiebrados sueños de Villa Diodati parecen haber regresado.

Leonel Fernández Pinola.
Diciembre de 2011.

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