miércoles, 17 de febrero de 2010

Expansión y ruptura


Iridiscente.

Cual metamorfosis de Kafka, la obra de Sol Massera se expande y no contrae, no retorna al vértice de inicio.

Edificación que rebalsa de adorno, pero no conduciendo a la nada, al abismo del capricho, sino a la inundación necesaria para estallar.

La diferencia radical con el escritor consiste en que la emoción que abraza la lectura de sus imágenes no genera repulsión, ni aislamiento: lo insoportable de su belleza carcome el cuerpo hasta llegar a la arquitectura más interna. Recorre todo el ser, florece en tumor que se ramifica, que provechoso de su hermosura marca.

Narraciones de calidad, exquisitez y armonía inmaculada, provocan dolor al contemplarlos. Universos que mal tildados podrían ser considerados femeninos, sabiendo que quien descorre el velo es una mujer.

Son obras andróginas, jugando constantemente con la dualidad escondida dentro del cuerpo que sale y habla. Suerte de hermafroditismo que no necesita de otro para tejer sus reliquias, mostrar sus fantasmas, enfrentarse al espejo y no desvanecerse por el horror de tanta belleza.

No hay pacto, salvo con ella misma.

Tira y estira, siendo su mutilación dilatada el máximo gozo en esplendor.

Plantada ante su retrato vuelve a pactar engrosando la apuesta: se solidifica, se viola, se amputa, timonea su pulsión con absoluta tranquilidad.

La oscuridad envolvente no impide que las flores, sus flores, sigan irradiando luz. No coarta sus deseos de regenerarse degeneradamente, para así, volver a estallar.



Risso Fabio.